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  • Foto del escritorAlicia Población

Educación tóxica. J. E. Illescas

Actualizado: 29 jul 2020

Jon. E. Illescas nació en Orihuela en 1982. Es profesor, escritor y artista plástico, con Cum Laude en Sociología y licenciado en Bellas Artes. El libro Educación tóxica, cuya primera edición se publicó en noviembre de 2019, se podría decir que es la continuación de La dictadura del videoclip, escrito cuatro años antes. Los dos libros se centran en la industria musical y las pantallas, y el efecto de estas en la sociedad. Concretamente en Educación tóxica se centra en las generaciones más jóvenes.





El motor principal para escribir estos libros es la preocupación del autor por la alienación que sufren los jóvenes debido a las pantallas, que les convierte en una generación incapaz de pensar.

En el libro habla, casi al comienzo, del dilema del cuchillo comparando el imperio de las pantallas al que estamos sometidos con un utensilio con el que se puede utilizar para hacer un rico plato o para cometer un asesinato. De la misma forma hay que regular el consumo que hacemos de las pantallas porque pueden convertirse en algo nocivo.

Esto se debe al estímulo visual constante, que no deja momento para el yo o la intimidad. Nos dificulta también la capacidad de concentración a largo plazo, ya que las pantallas nos ofrecen una percepción efímera de la realidad sin dar tiempo a reflexionar sobre lo que nos rodea. Quizá es por esto por lo que cada vez cuesta más «sacar tiempo» para leer un libro, y por lo que muchos encuentran la lectura como una actividad que cansa y que les hace desconectar a las pocas páginas, acostumbrados a los 140 caracteres.

Padres, sobre todo, han de ser conscientes de lo que hacen al poner en las manos de su hijo o hija una tableta o un teléfono. Es la tentación del niño hipnotizado de la que habla Illescas, un niño enchufado a una pantalla no molesta, pero luego se paga caro.

El entretenimiento, que es para lo que mayoritariamente empleamos las pantallas, es político precisamente por disfrazarse de apolítico. En el libro el autor desmenuza con detenimiento cómo las principales industrias musicales no buscan calidad, sino el máximo beneficio. Y nos habla de la famosa payola[1] relacionada en muchos casos con el blanqueo de dinero del narcotráfico.

La enseñanza tiene tres principales personajes: en primer lugar los padres, los profesores, y por último, las pantallas. Y es esta última, la que más repercusión tiene en el aprendizaje de los jóvenes, sobre todo porque no se puede escapar de ella. «La mayor fuente de saber de las masas es indirecta». Ahora hay pantallas hasta en el metro, y no puedes ir por el mundo con los ojos cerrados. ¡Ni con los oídos!

¿Nos hemos preguntado alguna vez por qué ponen la música tan alta en los bares?

«Los bares se lucran más cuanto más suben el volumen de la música. Al aumentarlo, los propietarios del local generan ansiedad entre el público. Pues la música alta produce un muro de sonido que impide la comunicación interpersonal. Este estado de desasosiego induce a los consumidores a pedir más copas en menos tiempo para aplacar la ansiedad que les genera la misma música que, como si fuera un ensordecedor ruido, les separa de sus congéneres. Puro conductismo». Además la repetición constante de una canción, por mucho que no te guste, hace que acabe resultándote familiar. Esto significa que, cuando vuelves a escuchar sus primeros acordes, la reconoces, e incluso quizá puedes tararear su letra. Esto nos genera cierto placer. «Suspendemos nuestros valores para bailar lo que nos dictan».

Te hacen partícipe sin tu consentimiento y te lo venden como libre elección.

Como ya decían Adorno y Horkheimer, la «industria cultural» son en realidad «industrias de la conciencia», y quien controla estas fuentes controla a las masas.

«Todavía hoy se piensa en la educación como aquello perteneciente solo al ámbito de la escuela y la familia, sin embargo esta visión es reduccionista porque educación es todo lo que tiene que ver con la formación del niño en cualquier momento del día, y aquí la cultura mainstream y las pantallas tienen un gran papel. ¿Está habiendo un declive del papel de los padres y la escuela (incluso de la cultura popular, del barrio, de los amigos…) respecto a la industria cultural? ¿Por qué el debate público gira en torno a cosas como el pin parental y no a esto? Muy buena pregunta. Pues te diría que gira sobre eso porque no hay conciencia desde la izquierda política de este problema y ese es uno de los objetivos de Educación Tóxica: ponerlo sobre el tapete y comenzar a trabajar en las soluciones. Por otra parte, es mucho más fácil meterse con los profesores que con una industria de miles de millones de euros». (https://www.elsaltodiario.com/educacion/entrevista-a-jon-illescas)

En Educación tóxica Illescas nos explica cómo las pantallas han sustituido los rezos de buenos días y buenas noches, ya que, para muchos, la primera y la última actividad del día consiste en comprobar sus redes en las pantallas de sus teléfonos móviles. Es la nueva religión. Las hemos hecho necesarias, y cuando no estamos cerca de ellas sufrimos de lo que ya se ha denominado «nomofobia», miedo a estar alejado del móvil.

Como persona dentro del ámbito musical, no me sorprendió leer cómo las grandes empresas manipulan a los artistas decidiendo qué material han de sacar al público. «Lo que va contra el sistema no vende, porque no te lo compro yo, el pez gordo de turno». Como decía el viejo proverbio inglés: el que paga al flautista decide la canción.

Como ejemplo Warner Music, que no solo toma decisiones por los artistas que contrata si no que, de un tiempo a esta parte ha firmado contratos con una empresa de Inteligencia Artificial para, directamente, hacer música sin músicos. Seguir produciendo para masas, pero todavía más barato y sin quejas.

El libro nos pone sobre la mesa cómo el imperio de las pantallas y, en concreto, la industria musical, está relacionada desde lo más hondo con un sistema de capitalismo salvaje que se apropia hasta de las luchas sociales.

Como ejemplo, el feminismo. La canción de «Lo malo», himno feminista en 2017, era generado por la misma empresa que cosifica cuerpos de mujeres en todos sus videoclips: Universal Music. El empoderamiento femenino se traduce en una semejanza de la imagen de la mujer a la imagen de hombre violento y competitivo, hijo sano del patriarcado. Si antes (y ahora) decíamos que las canciones de reguetón denigraban a la mujer, para contrarrestar las industrias decidieron que las cantasen mujeres, y así disfrazar el mensaje que, sin embargo, sigue siendo el mismo: culto al dinero y al sexo duro.

Lo podemos comprobar en canciones actualmente muy conocidas en el panorama musical como, Con altura, de Rosalía y J. Balvin, o Mujer bruja, de Lola Índigo y Mala Rodríguez.

Ejemplo de letra de la primera:

A tu jeva ya la vi por dentro (yes) El dinero nunca pierde tiempo (no, no) Contra la pared (tú lo sabe’)(…)

Con este tipo de entretenimiento se educa a los jóvenes en la cultura de la belleza y el vacío, por no hablar de las drogas, el porno y el dinero como dios omnisciente.

Al final del libro, y después de exponer detenidamente cuán ruin es el verdadero sistema educativo y lo absurdo que es seguir pensando que son los padre y los profesores la principal influencia de los jóvenes, Illescas nos regala un rayito de esperanza. Expone ideas de qué hacer ante esta situación si eres padre, abuela o profe. Ante todo se trata de no luchar, no es vencer, sino convencer, no eludir la realidad de los jóvenes, entenderla y empezar a construir un criterio propio desde allí.

Jon Illescas nos regala un plan de consumo digital en sus últimas páginas, dividido por edades, así como una tabla de canciones contra-hegemónicas con las que podemos empezar a salir de la industria musical impuesta. A los jóvenes les lanza un mensaje claro: leer, como acto de rebeldía.

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